El mendigo y el ladrón

POR: Guadalupe Orona Urías.

“A lo largo de una avenida risueña van y vienen los transeúntes, hombres y mujeres, perfumados, elegantes, insultantes. Pegado a la pared está el mendigo, la pedigüeña mano adelantada, en los labios temblando la súplica servil:

—¡Una limosna, por el amor de Dios!

De vez en cuando cae una moneda en la mano del pordiosero, que este mete presuroso en el bolsillo prodigando alabanzas y reconocimientos degradantes. El ladrón pasa, y no puede evitar el obsequiar al mendigo con una mirada de desprecio. El pordiosero se indigna, porque también la indignidad tiene rubores, y refunfuña atufado:

—¿No te arde la cara, ¡bribón! De verte frente a frente de un hombre honrado como yo? Yo respeto la ley: yo no cometo el crimen de meter la mano en el bolsillo ajeno. Mis pisadas son firmes, como las de todo buen ciudadano que no tiene la costumbre de caminar de puntillas, en el silencio de la noche, por las habitaciones ajenas. Puedo presentar el rostro en todas partes; no rehuyó la mirada del gendarme; el rico me ve con benevolencia y, al echar una moneda en mi sombrero, me palmea el hombro diciéndome: “¡buen hombre!”

El ladrón se baja el ala del sombrero hasta la nariz, hace un gesto de asco, lanza una mirada escudriñadora en torno suyo, y replica al mendigo:

—No esperes que me sonroje yo frente a ti, ¡vil mendigo! ¿Honrado tú? La honradez no vive de rodillas esperando que se le arroje el hueso que ha de roer. La honradez es altiva por excelencia. Yo no sé si soy honrado o no lo soy; pero te confieso que me falta valor para suplicar al rico que me dé, por el amor de Dios, una migaja de lo que me ha despojado. ¿Que violo la ley? Es cierto; pero la ley es cosa muy distinta de la justicia. Violo la ley escrita por el burgués, y esa violación contiene en sí un acto de justicia, porque la ley autoriza el robo del rico en perjuicio del pobre, esto es, una injusticia, y al arrebatar yo al rico parte de lo que nos ha robado a los pobres, ejecuto un acto de justicia. El rico te palmea el hombro porque tu servilismo, tu bajeza abyecta, le garantiza el disfrute tranquilo de lo que a ti, a mí y a todos los pobres del mundo nos ha robado. El ideal del rico es que todos los hombres tengamos alma de mendigo. Si fueras hombre, morderías la mano del rico que te arroja un mendrugo. ¡Yo te desprecio!

El ladrón escupe y se pierde entre la multitud. El mendigo alza los ojos al cielo y gime:

—¡Una limosna, por el amor de Dios!” (Regeneración, 4.ª Época, núm. 216, 11 de diciembre de 1915).

Este cuento lo escribió Ricardo Flores Magón en 1915, queriendo poner en alto la dignidad del hombre ante la injusticia y ante el robo permanente que la clase poderosa, económicamente hablando, y también la clase política encargada de velar por sus intereses, hacen al pueblo trabajador al no pagarle todo su trabajo, al proporcionarle un salario miserable, insuficiente para el sostenimiento de la familia; a través del uso faccioso del presupuesto público, producto de los impuestos (impuestos a la fuerza por el gobierno y no a través del voto popular), utilizado en beneficiar a los ricos y magnates de nuestro país y al no resolver los grandes problemas de servicios, infraestructura, salud, educación, vivienda, etc., del pueblo mexicano; el robo que hacen todas las empresas, mexicanas y extranjeras de las riquezas nacionales de nuestro país, o preguntémonos, ¿quién les cedió las tierras? ¿Quién les regaló las minas, los bosques, las playas, etc.?    

Y, también, en este breve cuento, el autor nos dice cuál es, desde siempre, el objetivo de los grandes ricos y sus representantes en el gobierno: “El ideal del rico es que todos los hombres tengamos alma de mendigo”. Y, precisamente, mucho de eso pretenden en nuestro país, ahora nos arrojan unas tarjetitas con unos cuentos pesos (dinero que es nuestro, de la riqueza producida por nuestro trabajo y de los impuestos) y nos soban la espalda, como a su “mascotita” (en su mañanera del 29 de marzo de 2019, López Obrador dijo que: “… Hasta los animalitos -que tienen sentimientos, ya está demostrado- ni modo que se le diga a una mascota:

‘A ver, vete a buscar tu alimento’. Se les tiene que dar su alimento…”) y aspiran a mantenernos callados, votando como quieren, aplaudiendo todas las barbaridades que hacen y todas las mentiras que nos prodigan todos los días, y lo que es aún más inhumano, manteniendo al pueblo en la miseria, ignorancia e insalubridad, pero sobre todo, intentando volverlo indigno; haciéndolo que olvide su honor y su dignidad; “la dignidad del individuo consiste en no ser reducido al vasallaje por la largueza de otros (Antoine de Saint-Exupery). En este nuestro México, el pueblo debe de entender que, como dijo Nelson Mandela: “Solucionar la pobreza no es un gesto de caridad. Es un acto de justicia. Es la protección de un derecho fundamental, el derecho a la dignidad y a una vida decente”.  

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