¿Qué es la política? La palabra política viene del griego polis que significa ciudad y si analizamos la expresión “politiqué techne”, se describe como el arte de vivir en sociedad, el arte de las cosas del Estado o bien “arte o técnica de hacer política”. Grecia tenía un sistema político llamado democracia; dicha forma de gobierno surgió en la ciudad de Atenas y significa gobierno del pueblo; en ella, los llamados “ciudadanos” podían participar en las decisiones políticas importantes y en la elección de autoridades.
En la actualidad, en nuestro país y en el mundo entero, la palabra política ha sido desvirtuada, vaciándola de su verdadero y original contenido, arrancada del control ciudadano y convertida en un cascarón vacío, solo lleno de discursos vacuos, demagogia y “marketing político”. Para la inmensa mayoría de la población significa “corrupción”, “mentira” o discurso vacío para convencer a su auditorio –un auditorio privado de la necesaria educación política–, para ganar su inocente apoyo para los aviesos intereses de los “candidatos”, intereses totalmente ajenos a los del pueblo. Se ha corrompido y prostituido el significado de la política, además de hacerle ver a la mayoría de los ciudadanos que esta actividad no es de su incumbencia; que es cuestión de los poderosos o cuando mucho de algunos intelectuales, gente de letras, mas nunca del pueblo; que este debe resignarse a jugar un papel pasivo: ir a las urnas el día señalado para tal ocasión y escoger entre los candidatos que le eligieron previamente y hasta ahí, no más intervención.
Es decir, al pueblo se le ha enseñado que no debe involucrarse en “política”, que su tarea y el papel que ha de jugar en la sociedad es otro: dedicarse al trabajo, producir la riqueza social, pero que la administración de dicha riqueza y la organización de las cosas del Estado, hacer las leyes y aplicarlas les corresponda a los “iluminados”, a una clase social superior, esa sí, apta para tan “ingratas” tareas.
Así entendida, podemos ver la política encarnada en la mayoría de los partidos políticos y sus candidatos, esos que aceptan esa “ingrata” tarea; que son, con sus muy escasas excepciones, gente del poder y del dinero que siguen pensando, como lo hacían los poderosos romanos en tiempos de la esclavitud, allá por la década de los 70 a. C.: “… El político vuelve racional lo irracional. Convence al pueblo que la mejor forma de realizarse en la vida es morir por los ricos. Nosotros convencemos a los ricos que tienen que ceder parte de sus riquezas para conservar el resto. Somos magos. Creamos una ilusión y la ilusión es infalible. Nosotros le decimos al pueblo: vosotros sois el poder. Vuestro voto es la fuente del poderío y la gloria de Roma. Vosotros sois el único pueblo libre del mundo. No hay nada más precioso que vuestra libertad, nada más admirable que vuestra civilización. Y vosotros la controláis, vosotros sois el poder. Y entonces ellos votan por nuestros candidatos. Lloran cuando nos derrotan. Ríen de alegría ante nuestras victorias. Y se sienten orgullosos y superiores porque no son esclavos. No importa lo bajo que caigan; si duermen en cloacas, si viven de la caridad pública […] Entonces saben que son ciudadanos romanos […] Y, en eso consiste mi arte, Cicerón. Nunca subestime la política” (Senador Léntelo Graco, citado por Howard Fast, biografía de Espartaco).
De esta manera y con tales argumentos se aleja al pueblo mexicano de una de las actividades más importantes del hombre como ser social y se le vuelve esclavo sin cadenas visibles, pero llevando a cuestas unas igual de ingratas: la esclavitud del pensamiento y del alma; inculcándole que debe mantenerse alejado de la política, concebida esta como un mecanismo de organización y de lucha para una verdadera transformación de sus condiciones de vida y para la toma del poder político; ese poder que con tanto celo, argucias, violencia, infamias y guerras defienden los que se sienten designados por Dios para ejércelo.
Y una de las condiciones que permiten y contribuyen a que se mantenga el status quo, el poder político de la nación en manos de los dueños del poder económico, es la inacción del pueblo que, en buena medida, sigue sumido en el sueño o la ilusión de que un verdadero cambio le puede llegar de tal o cual personaje que llegue al poder. Pero eso nunca sucederá, así lo ha demostrado la historia de la humanidad; así lo ha verificado la memoria de los pueblos, esa que se dice “es la alegría y el pesar de la humanidad”.
Debemos aprender que lograr una verdadera transformación solo será posible si, por nuestra parte, logramos la unificación de la inmensa mayoría de los mexicanos en un partido que realmente represente sus intereses. Lamentablemente, hasta hoy, a pesar de la realidad que nos golpea y abofetea diariamente, un gran número de ciudadanos sigue empecinado en no ver, en cerrar sus ojos o esconder la cabeza, como dicen que hace el avestruz en la arena. O bien, como también dice Cicerón en la obra antes citada: “es extraño que cuando la evidencia de las cosas nos rodea, nos resistimos sin embargo a la lógica de sus partes componentes. Los griegos son diferentes. La lógica tiene para ellos un irresistible atractivo, independientemente de las consecuencias; pero nuestra virtud es la obstinación”.
Por lo pronto, ante el proceso electoral que tenemos enfrente, no nos quedará otra alternativa, en tanto no construyamos ese gran partido del pueblo, que escoger entre los candidatos más afines a las necesidades verdaderas de los pueblos y colonias donde viven los más marginados de esta sociedad; decisión que, obviamente, deberemos tomar entre todos en coordinación con nuestra organización y cuidando siempre la unidad de los antorchistas, como nuestro bien más preciado y sagrado.