POR: GUADALUPE ORONA URÍAS
Todas las muertes son dolorosas, sobre todo para la familia del fallecido, pero cuando se trata de gente trabajadora, como los 39 migrantes que perecieron en las llamas en una estación migratoria en Ciudad Juárez; que solo querían llegar a Estados Unidos en busca de trabajo para mantener a sus familias; o cuando se trata de jóvenes productivos o estudiantes, como los que murieron ahogados en Chimalhuacán hace apenas unos días, porque ese ayuntamiento morenista no es capaz ni de tapar las coladeras o drenar los cárcamos para evitar inundaciones; entonces el dolor envuelve a casi toda la sociedad, se vuelve un dolor social, colectivo y demandante de mejores gobiernos, que no sean ni omisos ante sus responsabilidades ni displicentes e indiferentes ante la tragedia y el dolor humano.
Pero también, debemos asumir como una tragedia social el número de personas, muchas de ellas jóvenes, que se quitan la vida; el suicidio en nuestra juventud va en aumento. Los especialistas en salud mental dan muchas causas de orden sicológico, pero considerado el fenómeno con más cuidado, este tiene raíces más profundas: en las condiciones sociales y económicas en que se desarrolla el individuo; y, si reflexionamos un poco, podemos darnos cuenta de que, el joven, que por naturaleza es rebelde, al sentirse completamente aplastado, como si le cayera una losa en su aún tierno cuerpo, sin esperanzas, y viendo todas sus opciones frustradas, su futuro truncado, por la cadena de injusticias, de pobreza, de abusos y sin posibilidades de alcanzar lo que el propio sistema social le susurró al oído y le pintó a través de los diferentes medios enajenantes, no encuentra salida y opta, en su crispada desesperación y frustración, por rendirse y dejar de insistir, de luchar.
“México enfrenta un crecimiento acelerado en el número de suicidios. En 2021 se estima que 8 mil 848 personas se quitaron la vida, es decir, 23 al día. Con una tasa de incidencia a escala nacional de 6.6 por cada 100 mil habitantes, es un problema de salud pública con causas multifactoriales que afecta principalmente a los jóvenes, pues 65.6 por ciento de las muertes por voluntad propia en nuestro país corresponden a personas de entre 10 y 39 años”, señalaron expertos.
Algunos estudiosos del tema, como la Dra. Laura Barrientos Nicolás, médico psiquiatra y académica de la Facultad de Medicina de la UNAM, expone que: “El suicidio en México es un problema de salud pública silencioso y alarmante”. Y nos informa que, de acuerdo con los datos oficiales proporcionados por el Inegi, “el suicidio en personas de 15 a 29 años constituye la cuarta causa de muerte en México” (1 de febrero de 2023).
Además, nos marca que: “El suicidio en México es un tema latente en la sociedad […] los mexicanos atraviesan crisis que no son visibles en la superficie, no al menos en la cara que se muestra al turismo. El desempleo, pérdidas económicas, el aumento en costos de vivienda, la pobreza y la desigualdad social son algunos de los factores que influyen directamente en la salud mental de las personas.
Lo cual lamentablemente puede terminar en el suicidio”. Es decir, la miseria de la vida y de la sociedad, su descomposición; la frivolidad y el egoísmo, las penurias económicas en la familia (a pesar de que se trabaje como esclavo durante toda la vida), la drogadicción y el alcoholismo, como hijos legítimos de este sistema social tan desigual, tan injusto e inhumano hacen que en ciertas personalidades no exista una verdadera razón para la existencia humana.
“Existe algo de grande y de horrible en el suicidio. Hay muchos cuyas caídas carecen de peligro, porque, como las de los niños, son desde muy bajo para lastimarse; pero, cuando un hombre se estrella, debe venir de muy alto, haberse elevado hasta los cielos, haber vislumbrado algún paraíso inaccesible. Implacables deben ser los huracanes que le fuerzan a demandar la paz del alma al cañón de una pistola” (Balzac).
Pero, también, como lo dijo el mismo Balzac, “la resignación es un suicidio cotidiano”; por lo tanto, los seres humanos con algo de consciencia social debemos no solo ver cómo se marchita o fenece nuestra juventud, o bien, resignarnos ante la pobreza y la injusta distribución de esa riqueza que generan los millones de manos laboriosas. Debemos lograr transformar este país en uno que genere los satisfactores materiales y espirituales para todos; que no mate a nuestros jóvenes, de lo contrario también nos volveremos rehenes de dicho delito. Cambiar la sociedad salvará vidas.
Editor general, reportero