PERSECUCIÓN Y VIOLENCIA CONTRA LOS INMIGRANTES EN EE. UU

                                                                       Guadalupe Orona Urías

La humanidad presencia en estos momentos un cambio de sistema. Una época fenece y no puede dejar de mostrar los síntomas de su decadencia. En todas partes y de manera orgánica se observan rupturas, crisis, conflictos, que no pueden ser resueltos unipolarmente, como sucedía apenas unas décadas atrás. El imperialismo está exhalando el último suspiro y en esta doliente agonía muestra su cara más feroz y monstruosa: el fascismo. 

La persecución de la que están siendo víctimas los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos, particularmente nuestros compatriotas mexicanos, es un efecto más de este capitalismo senil en su fase fascista y ultraconservadora. A pesar de los diversos análisis que al respecto se han hecho, muchos de los cuáles no dejan de tocar algún aspecto concreto del fenómeno, en algunos falta ir a la causa fundamental de la política de odio, xenofobia y violencia de la que nuestros paisanos están siendo víctimas ¿A qué responde la repentina persecución de los inmigrantes en Estados Unidos? ¿Es sólo Donald Trump en sus desvaríos el autor de esta miserable reacción? No es tan sencillo. Los hombres son solo el reflejo de las circunstancias y Trump, más allá de toda la retórica populista, refleja el momento de incertidumbre de un capitalismo caduco.

La expulsión, persecución y violencia contra los inmigrantes responden esencialmente a una nueva política económica. El eslogan “Hacer América Grande de Nuevo” (MEGA por sus siglas en inglés), no es sólo propaganda. Esconde un plan de recuperación económica que, sin embargo, está condenado al fracaso. ¿En qué consiste este plan? Sencillamente en renunciar a las leyes inmanentes del capitalismo y revertir sus efectos dando un vuelco radical hacia el pasado. Lo que pretende Trump es implementar una política proteccionista en los Estados Unidos, abandonar la política del libre cambio y globalización que por años caracterizó al capitalismo a nivel planetario y refugiarse en su propio país, con su industria nacional y, naturalmente, con su propia mano de obra. Quiere impedir la fuga de capitales a otros países, lo que explica la estulta política arancelaria, obligando a las empresas norteamericanos a quedarse en los Estados Unidos. Con ello, y de manera consecuente, pretende revertir un proceso de más de tres siglos, expulsando a la mano de obra extranjera de su país para garantizar que el capital, en cualquiera de sus formas, no rebase las fronteras de los Estados Unidos. 

Esto en teoría parece factible. ¿Pero es verdaderamente realizable? Naturalmente no.  El capitalismo se ha desarrollado a tal grado que, sobre todo los países “avanzados”, entre los que entra prácticamente todo Occidente, han dejado de ser necesarios para la producción industrial, es decir, de bienes manufacturados. En estas naciones, donde hace dos siglos floreció el capitalismo industrial, el desarrollo fue expulsando lentamente a las grandes industrias a otros países más pobres, donde las conquistas obreras no impidieran la explotación de la mano de obra barata. Así pues, la producción de mercancías se desplazó a todos los países pobres o del llamado Sur Global que, por su condición de colonias, permitían una explotación inhumana de sus trabajadores, dejando grandes ganancias para el capital. De tal manera que, en aquellos donde se aprovechó este proceso natural de industrialización, como China, llegaron a ser grandes potencias económicas y políticas. Otros, como México, simple y llanamente dejaron que los grandes empresarios y dueños de la riqueza se aprovecharan de su condición de semiesclavitud. 

¿Cuáles fueron los efectos de esta política de des-industrialización que llevó a las grandes empresas a instalarse en países pobres y miserables? Que las potencias dejaron de producir sus propias mercancías y se volvieron dependientes de la producción de estas naciones. ¿Qué quiere hacer Trump? Regresar a su país a la edad dorada del capitalismo industrial obligando a las empresas que están fuera, y sobre todo en China o la India, hoy aliados en los BRICS, a volver, no importando que en EU el margen de ganancia sea menor, dados los salarios altos y las políticas laborales que comparte con todo el primer mundo. Las empresas se negaron, eso era ir en contra de las leyes del capital, era una utopía. ¿Cuál fue la reacción? Dado que en Estados Unidos la industria existente aún, hacía uso de mano de obra sin prestaciones, sin derechos y barata, es decir migrante, había que obligarlos a emplear forzosamente la mano de obra estadounidense: cara, incompetente y ajena a todo tipo de actividades productivas.

En su enajenación, los trumpistas no vieron otra opción que expulsar de su país a los trabajadores mal pagados que permiten grandes ganancias a la empresa. La culpa según esta retorcida lógica ¡Es de los mexicanos! Que están dispuestos a vivir con poco y a sufrir lo indecible, imposibilitando que la riqueza fluya a manos de los norteamericanos y recupere definitivamente la grandeza perdida de los Estados Unidos. Es una absoluta tontería condenada al fracaso y, sin embargo, los efectos y la violencia que sufren nuestros paisanos es algo concreto, real y que no puede ser simplemente entendido como el efecto colateral de la estulticia del gobierno estadounidense.

Esto implica poner sobre la mesa la responsabilidad del gobierno mexicano en esta oleada de violencia contra nuestros compatriotas. En lugar de garantizar mejores condiciones laborales, altos salarios, prestaciones y mejores condiciones de vida, al gobierno lo único que se le ocurre es pedir paz y calma, exhortar a los mexicanos a defenderse “allá”, “fuera de México”. Evitando, así, a toda costa que esa oleada de migrantes se repatrie en un país que se está cayendo a pedazos. El mundo, como hemos dicho, está cambiando, nuevas potencias emergen y los países débiles, como el nuestro, se alían con las grandes naciones que facilitan el progreso y el desarrollo: las naciones del Sahel en África, Brasil cabeza de los BRICS en América Latina, Sudáfrica, etc., son sólo ejemplos. ¿Y México? La presidenta y su partido no sólo no plantan cara al menosprecio y el abuso de los Estados Unidos. En lugar de asimilar el cambio sistémico que vive la humanidad, se aferra a las cadenas con las que el imperialismo norteamericano nos tiene atados; con una retórica barata pretende convencer a los connacionales de que vamos por buen camino cuando  la realidad está demostrando lo contrario. Morena no sabe realmente qué hacer, sólo fluye con la decadencia y la desgracia.

Necesitamos un nuevo partido. Un partido que defienda con uñas y dientes los intereses de todos los mexicanos. México es una nación grande, rica, rebosante de vida y de trabajo. Es momento de quitarse el yugo que sobre nosotros ha impuesto el imperialismo norteamericano desde que, en 1846, nos arrebatara la mitad del territorio nacional, ese mismo territorio del que hoy expulsan a nuestros hermanos, a nuestros padres y a nuestros hijos. Ha llegado la hora de recuperar la dignidad y, para ello, todos los hijos bien nacidos de este gran país deben organizarse, unirse y fraternizar bajo un partido político que represente realmente los intereses de todos los trabajadores mexicanos. Antorcha es el germen de esta nueva y gran organización. Vengan con nosotros paisanos y encabecemos juntos el cambio que angustiosamente reclama nuestra nación.

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